viernes, 19 de febrero de 2010

El sacerdote de la bicicleta que cumpliria ciento cinco años

MOSÉN JESÚS LÓPEZ BELLO,


El pasado día 17 de diciembre, hubiera cumplido cien años, el sacerdote aragonés mosén Jesús López Bello, que falleció el día 14 de abril de 1990, y que forma parte de "la generación sacerdotal del 27", como así tituló uno de sus libros el que esto firma. Había nacido en Daroca (Zaragoza), ciudad de los Sagrados Corporales. Quizá por ello tuviera una singular devoción a la Eucaristía, siendo un buen comunicador del Santísimo Misterio, y de los "Jueves Eucarísticos", que había impulsado el canónigo, de grata memoria, don Juan Buj. Estudió en los colegios de Santa Ana y de PP. Escolapios de su ciudad natal. Y en los Seminarios de San Francisco de Paula, y de San Carlos, de Zaragoza, siendo paje de su director, el obispo auxiliar, monseñor Díaz y Gómara. Convivió durante cuatro años con el hoy San José María Escrivá de Balaguer, quien también asistió al mencionado director. Mosén Jesús testimonió largamente en el proceso de beatificación de aquél. Se inició pastoralmente en Luesma (1927), año de su primera misa. En este pequeño pueblo, le preocupó, de una manera especial, el cuidado patrimonial de la iglesia parroquial, ya que había indicios de la existencia de pinturas de Goya, si bien la iglesia fue destruida en la guerra civil.

Luego llegó a Torre de Arcas, en donde fue amenazado de muerte. Unos meses antes de 1936, fue destinado por el arzobispo, y a instancia de don Andrés Vicente, al pueblo turolense de Bello. en él estuvo durante unos diez años. Pastoralmente, tuvo que atender, algún tiempo, las parroquias de Tornos, Las Cuerlas, Odón y Torralba de los Sisones, para lo que usaba una bicicleta que manejaba —incluso en las fiestas- con singular destreza, con la sotana remangada. Después pasó a Huesa del Común. En estas parroquias destacó por las numerosas vocaciones para sacerdotes, religiosos y religiosas. Y así continuó cuando fue coadjutor de la parroquia de San Miguel, en Zaragoza, en la que radicaba el Centro Diocesano de las Jóvenes de Acción Católica, y el Colegio de Santa Ana, de los cuales surgieron numerosas vocaciones. Tras una etapa en la que por razones familiares, estuvo adscrito en Madrid, a las populares parroquias de San Ginés y San Sebastián, por encargo de don Casimiro Morcillo, a quien había tratado en Zaragoza, como Arzobispo.

Volvió a Zaragoza, como beneficiado de la Basílica del Pilar, siendo arzobispo don Pedro Cantero. Solía celebrar la misa de doce de la mañana, en la Santa Capilla, y confesaba enfrente de la sagrada piedra de la Virgen. La atención de director espiritual y al confesionario fueron, en esta etapa, completas. Era frecuente que personajes, eclesiásticos y aun obispos, que visitaban el Pilar, fueran atendidos por él en la confesión.
Unos días antes de que le diera un infarto cerebral, había visitado a varios enfermos y comunidades religiosas. Falleció un día de Jueves Santo Sacerdotal, a las cinco de la tarde. Con los labios rezando, y las manos —inconsciente ya- bendiciendo. Inhumado en Daroca cerca del Santísimo Misterio, quedó de este sacerdote una aureola de santidad, de humildad y de servicio a la Iglesia, un hombre de Dios, que vivió para los demás. Las homilías de su vida sacerdotal —en su mayor parte escritas, y con cuidadosa preparación— son un verdadero "arsenal" pastoral, que pasará a un importante archivo histórico documental, aunque una parte de los mismos fueron incorporados a "La generación sacerdotal aragonesa del 27", Zaragoza, 1994. Reeditada en 2009. Al recordar a mosén Jesús, lo hago con esos sacerdotes de aquella etapa, de la que sobrevivio hasta hace pocos años su condiscípulo y entrañable amigo, don Manuel Mindán, que ha pudo pasar bien cumplidos los cien años. Demos gracias a Dios.



De la revista de Huesa.
Enviado por Miguel Ayete y
actualizado por Jesús López Medel

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